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miércoles, 31 de julio de 2013

Sin corazón: El comienzo. Capítulo 1.

Capítulo 1.

Beatriz:

Miro mis botas mientras camino por el pasillo del instituto; no levanto la cara, no quiero que nadie me vea. Creo que solo me han visto la cara mis profesores y porque me obligan a hacerlo. Llego a mi taquilla y dejo los libros dentro; alguien me empuja, pero decido pasar y seguir por mi camino.
-Eh, tú, rarita, no pases de mí.
-Sí te refieres a mí, tengo nombre y te aseguro que no es ese.-Sigo caminando sin hacerle el más mínimo caso, pero parece que los chicos como éste no saben hacer nada más que meterse con los demás y me agarra de la mano fuertemente.
-¿Qué demonios quieres?
-Dicen que nadie, jamás, ha visto tu cara. ¿Tan fea eres que tienes que ocultarte? -Intenta apartarme el pelo de la cara, pero lo alejo de un manotazo.
-¿Qué tal si vas molestar a otra?
-No, verás, he hecho una apuesta.-Genial, no se iba a ir-. Y esa apuesta consiste en que todos los que estamos aquí presentes veamos tu cara.-En ese momento escucho unas carcajadas. Seguramente les había costado mucho mantenerse en silencio durante todo este tiempo.
La gente me tiene miedo, pero al ver de refilón al chico que me tiene sujeta del brazo izquierdo sé por qué este se atreve a meterse en mi camino.
- Mark, ¿no deberías estar con las animadoras en vez de estar jodiendo la paciencia?
-¿Sabes quién soy? -Es bastante difícil no saber quién es, todas las chicas del instituto se pasan la vida suspirando por él, aunque yo, la verdad, no entiendo la razón; solo es un musculitos sin cerebro al que le encanta burlarse de la gente y hoy, para mi desgracia, me toca a mí.
-Sí, el gato con botas -digo y tiro de mi mano-. Ah, no, perdón, eso es un insulto para él, incluso el gato con botas es más inteligente que tú. Si no te importa me gustaría irme y tú deberías hacer lo mismo, “musculitos sin cerebro”.-Seguramente mis palabras lo hieren ya que me coge de la mano y me mete en el baño de los chicos.
-¡A quién se le ocurra entrar de la puerta para adentro, le corto los huevos! -grita antes de cerrar la puerta tras de sí. Luego me mira y veo cómo está empezando a calentarse-. Mira, bicho raro, ¿quién te ha dado permiso para contestarme?
-¿Te crees un dios o algo? Porque si te digo la verdad solo pareces un adolescente con ganas de fiesta.-Me estampa contra  la pared y me quita el pelo de la cara; intento apartarme, pero me agarra muy fuerte y, al final, sus ojos se encuentran con los míos y en ese momento siento  que todo mi ser se queda expuesto. Su boca se abre en una enorme “O”. Lo empujo aprovechando su estado de shock y salgo por la puerta, colocándome el pelo, colocándome la capucha y agachando la cabeza. Salto fuera del infierno al que suelen llamar instituto y camino hasta llegar a mi casa. Al llegar allí alguien me vuelve a coger de la mano, me giro e intento darle con la otra.
-No intestes nada, cariño, yo no soy como ese chico de la escuela.-La voz profunda y ronca me resulta familiar, pero estoy segura de que no la he escuchado nunca-. ¿No me reconoces? ¿Tu madre no te ha hablado de mí? -Y en ese momento, las dudas que tengo hacia esa persona que me está agarrando del brazo se esfuman.
-Suéltame -susurro, pero lo único que consigo es que la mano fornida que tiene cautiva  mi muñeca, apriete más haciendo que suelte un chillido.
-Tú a mí no me mandas, cariño.-Levanto la cabeza y, me encuentro con mis ojos, aunque realmente son los de él-. ¿Sorprendida? ¡Arthur! -llama a alguien-. Súbela en el furgón.
-¿A dónde vas, señor? -le pregunta el chico que acaba de bajar de la furgoneta, el tal Arthur.
-A hablar con alguien.
-¡Ni se te ocurra acercarte a ella! -grito-. ¿Me escuchas? No te acerques…-El tal Arthur me sube al furgón y cierra la puerta.
“Él”:
La puerta de la furgoneta se cierra, encerrando a Beatriz en ese pequeño furgón de ocho plazas. Miro la pequeña casa que está delante de mí; solo el olor que desprende desde fuera me hace recordar muchas cosas, como por ejemplo, el precioso día de verano en el que la vi en venta y la compré, sin poder resistirme a sus encantos. Seguramente, teniendo en cuenta que solo es una casa de dos plantas, algo vieja y que lo único diferente que tiene de las demás es un buzón rojo, nadie la compraría. Pero no fue ninguna de esas cosas la que hizo que yo viera sus ventajas, sino la persona que iba conmigo. La que hizo que me detuviera durante cinco segundos en la entrada, la que dijo, “en esta casa será en la que tendremos nuestros hijos”. Ella fue la que hizo que me enamorara sin remedio de ese pequeño lugar. Con este recuerdo, giro el pomo de la puerta, abriéndola sin ninguna dificultad. ¡Ay, Keila! Nunca cambiarás.
-¿Beatriz? -Su dulce voz se extiende hasta mí y sonrío inconscientemente. Hace demasiado que no la oigo y la verdad es que me molesta tener que volverla a oír justo en este momento. ¿Por qué tengo que ser yo, justamente yo, quien le arrebate a su niña de las manos?
-Keila…-Paso el salón, dejando atrás las escaleras, y me cuelo en la cocina. Me ha escuchado pero no quiere darse cuenta de la realidad-. Hola.-Me mira con el dolor impreso en la mirada, sabe que no puede hacer nada.
-¿Ya es la hora?
-Ni siquiera deberías preguntármelo, sabes la respuesta.-Se da la vuelta, dejando lo que quiera que está cocinando, para abalanzarse sobre mis brazos. Noto cómo tiembla y llora. La entiendo, el tiempo con su pequeña se ha acabado y eso le duele.
-No quiero que se vaya, todavía no…
-Lo sé, de verdad, y lo siento, lo siento mucho, pero es lo mejor para todos.
-También sé eso, pero no quiero, no puedo aceptarlo.
-Sabías que algún día pasaría.
-Sí, pero no tan pronto.
-Lo siento.
-Yo también -dice levantando la cabeza y clavando sus preciosos ojos, castaño claro, en los míos, haciendo que tiemble. Cuánto la había echado de menos-. Prométeme que la cuidarás, prométeme que harás cualquier cosa por qué siempre sea feliz.-Asiento y la estrecho fuertemente entre mis brazos. Se separa de mí secándose las lágrimas-. Hubiera preferido encontrarme contigo en otra situación -dice cambiando de tema, intentando controlar sus sollozos.
-Yo también, lo sabes.
-Supongo que los sentimientos del uno por el otro nunca  cambiarán, ¿verdad?
-Creo que es totalmente imposible.-Empieza a olerse un horrible olor a quemado y Keila se apresura a quitar la comida del fuego, quemándose. Me acerco a ella, cojo la mano lastimada y deslizo la mía por encima, haciendo que el dolor se detenga.
-Realmente eres útil -dice esbozando una sonrisa triste.
-Supongo que a veces lo soy.-Le devuelvo la sonrisa y me quedo mirándola. ¿Alguna vez me cansaré de observarla?
-Normalmente lo sueles ser siempre.-Aparto la mirada y me doy cuenta de que se está haciendo tarde.
-Me tengo que ir.
-Espera, al menos coge algo de ropa.-Se pasa la mano por el pelo, apartándolo de sus ojos-. Como le hagas vestir algo que no le guste, no te hablará en la vida y si lo hace, lo hará única y exclusivamente para insultarte.
-¿Tiene mal carácter? -pregunto intentando quitar un poco de hierro al asunto; la verdad es que sé la respuesta a esa pregunta.

-La mayoría de las veces se parece a su padre.-Sonrío, me hace gracia su comentario, aunque es cierto. No se puede negar que es hija de su padre, pero como a todos, nuestro día nos llega, y cuando encuentre a esa persona especial, ella se liberará y será como realmente necesita ser-. Voy a buscar sus cosas, vuelvo enseguida.-Asiento y me siento en una de las sillas de la cocina. La verdad es que la echaba muchísimo de menos. Empiezo a contar y me doy cuenta de que son ya tres años sin verla, una verdadera barbaridad para alguien que está enamorado. Me paso varios minutos pensando en todo lo que hemos vivido ella y yo y me sorprendo cuando Keila me toca el hombro y me tiende una bolsa negra; la cojo y me levanto-. Toma, dale esto de mi parte -dice volviendo a soltar lágrimas. La abrazo por última vez, salgo de la casa, subo al furgón y me despido de ella.

Sin corazón: El comienzo. Prólogo.

Prólogo.

Hola a todos, sé que yo ya había subido Sin corazón a otro blog, y que los había dejado a medias, pero esta vez, a no ser que una editorial me de una respuesta afirmativa, podréis disfrutar de las tres partes de ésta trilogía. Un beso a todos y siento haberlos dejado de lado. Iré subiendo por semana, y a los que ya iban más avanzados, os recomiendo leer porque he cambiado cosas y para recordar. 

Muchas veces pensamos que tenemos la vida hecha, que no va a pasar nada improvisado, que simplemente pasará lo que nosotros deseamos, lo que le pasa a todos. Que tendremos una vida monótona y sin emociones fuertes. Pero no siempre es así, no siempre todo es lo que soñamos algún día. A lo mejor la vida quiere darnos una sorpresa; que miremos lo que hacemos; que protejamos lo que tenemos; que no nos asentemos y pensemos que todo nos va a llegar por la más mínima cosa que hagamos… La vida, simplemente, te cambia la monotonía cuando menos te lo esperas.
Me llamo Beatriz y siempre pensé que mi vida iba a desarrollarse entre estudios, odio y soledad; que a la única persona que tendría como compañía sería a mi madre Keila; que lo único que haría cada mañana al despertar sería ir al instituto y soportar a todos esos adolescentes con las hormonas revolucionadas y con ganas de pelea o fiesta, y que cuando el instituto y la universidad terminasen,  iría a trabajar para mantener a una madre que me lo ha dado todo, sin ella tener nada. Supongo que por solo conformarme y no hacer absolutamente nada, sino con estar satisfecha con poder respirar cada día. La vida me cambió.
La única cosa  que siempre he sabido con certeza es que mi corazón nunca empezó a latir. Supongo que cuando naces con algo que a los demás les parece insólito, increíble o estúpido, tú simplemente lo ocultas y en algún momento del trayecto que es la vida, se te olvida. Nadie nunca me encontró el pulso, nadie nunca vio mi corazón palpitar; todos me dijeron que mi corazón estaba helado y, simplemente, me hice a la idea y me olvidé de eso.
El médico no le encontró sentido; mi madre no quería hablar del tema y yo, sin saber qué hacer, me aislé de todos, obviando que el ser humano necesita cariño. Me convertí en la niña de hielo, a la que todos huyen; me convertí en alguien sarcástico, que nunca mira a los ojos. Me convertí en alguien a quien todos temen.
Tengo quince años. Mis ojos son del color del hielo a la luz del sol y de un azul claro con motitas plateadas en la oscuridad. No dejo que nadie los vea, solo mi madre y algún que otro profesor. No quiero que vean mi alma, no quiero que vean que estoy rota por haber crecido solo con mi madre, a la que amo más que a nada, ya que es la única que realmente conoce mi lado “amable”. Tengo el pelo negro y ondulado, la piel blanca como la nieve y los labios rojos como el fuego. Visto de negro y soy lo que todo el mundo conoce como gótica.
Mi existencia cambió un día de septiembre, cuando regresaba del instituto, después de una pelea. Mi padre apareció y me contó que soy una Sin corazón.

A partir de ahí, mi fortaleza de hierro cayó como el domino, ficha a ficha, pieza a pieza, haciendo que cambiara y que abriera mi alma. Justo un 30 de septiembre, conocí a quien me robaría por primera vez, mi supuesto corazón.