Capítulo
1.
Beatriz:
Miro mis botas
mientras camino por el pasillo del instituto; no levanto la cara, no quiero que
nadie me vea. Creo que solo me han visto la cara mis profesores y porque me
obligan a hacerlo. Llego a mi taquilla y dejo los libros dentro; alguien me
empuja, pero decido pasar y seguir por mi camino.
-Eh, tú, rarita, no pases de mí.
-Sí te refieres a mí, tengo nombre
y te aseguro que no es ese.-Sigo caminando sin hacerle el más mínimo caso, pero
parece que los chicos como éste no saben hacer nada más que meterse con los
demás y me agarra de la mano fuertemente.
-¿Qué demonios quieres?
-Dicen que nadie, jamás, ha visto
tu cara. ¿Tan fea eres que tienes que ocultarte? -Intenta apartarme el pelo de
la cara, pero lo alejo de un manotazo.
-¿Qué tal si vas molestar a otra?
-No, verás, he hecho una apuesta.-Genial,
no se iba a ir-. Y esa apuesta consiste en que todos los que estamos aquí
presentes veamos tu cara.-En ese momento escucho unas carcajadas. Seguramente
les había costado mucho mantenerse en silencio durante todo este tiempo.
La gente me tiene miedo, pero al
ver de refilón al chico que me tiene sujeta del brazo izquierdo sé por qué este
se atreve a meterse en mi camino.
- Mark, ¿no deberías estar con
las animadoras en vez de estar jodiendo la paciencia?
-¿Sabes quién soy? -Es bastante
difícil no saber quién es, todas las chicas del instituto se pasan la vida
suspirando por él, aunque yo, la verdad, no entiendo la razón; solo es un
musculitos sin cerebro al que le encanta burlarse de la gente y hoy, para mi
desgracia, me toca a mí.
-Sí, el gato con botas -digo y
tiro de mi mano-. Ah, no, perdón, eso es un insulto para él, incluso el gato con
botas es más inteligente que tú. Si no te importa me gustaría irme y tú deberías
hacer lo mismo, “musculitos sin cerebro”.-Seguramente mis palabras lo hieren ya
que me coge de la mano y me mete en el baño de los chicos.
-¡A quién se le ocurra entrar de
la puerta para adentro, le corto los huevos! -grita antes de cerrar la puerta
tras de sí. Luego me mira y veo cómo está empezando a calentarse-. Mira, bicho
raro, ¿quién te ha dado permiso para contestarme?
-¿Te crees un dios o algo? Porque
si te digo la verdad solo pareces un adolescente con ganas de fiesta.-Me
estampa contra la pared y me quita el pelo
de la cara; intento apartarme, pero me agarra muy fuerte y, al final, sus ojos
se encuentran con los míos y en ese momento siento que todo mi ser se queda expuesto. Su boca se
abre en una enorme “O”. Lo empujo aprovechando su estado de shock y salgo por
la puerta, colocándome el pelo, colocándome la capucha y agachando la cabeza.
Salto fuera del infierno al que suelen llamar instituto y camino hasta llegar a
mi casa. Al llegar allí alguien me vuelve a coger de la mano, me giro e intento
darle con la otra.
-No intestes nada, cariño, yo no
soy como ese chico de la escuela.-La voz profunda y ronca me resulta familiar,
pero estoy segura de que no la he escuchado nunca-. ¿No me reconoces? ¿Tu madre
no te ha hablado de mí? -Y en ese momento, las dudas que tengo hacia esa
persona que me está agarrando del brazo se esfuman.
-Suéltame -susurro, pero lo único
que consigo es que la mano fornida que tiene cautiva mi muñeca, apriete más haciendo que suelte un
chillido.
-Tú a mí no me mandas, cariño.-Levanto
la cabeza y, me encuentro con mis ojos, aunque realmente son los de él-. ¿Sorprendida?
¡Arthur! -llama a alguien-. Súbela en el furgón.
-¿A dónde vas, señor? -le
pregunta el chico que acaba de bajar de la furgoneta, el tal Arthur.
-A hablar con alguien.
-¡Ni se te ocurra acercarte a
ella! -grito-. ¿Me escuchas? No te acerques…-El tal Arthur me sube al furgón y
cierra la puerta.
“Él”:
La puerta de la furgoneta se
cierra, encerrando a Beatriz en ese pequeño furgón de ocho plazas. Miro la
pequeña casa que está delante de mí; solo el olor que desprende desde fuera me
hace recordar muchas cosas, como por ejemplo, el precioso día de verano en el
que la vi en venta y la compré, sin poder resistirme a sus encantos.
Seguramente, teniendo en cuenta que solo es una casa de dos plantas, algo vieja
y que lo único diferente que tiene de las demás es un buzón rojo, nadie la
compraría. Pero no fue ninguna de esas cosas la que hizo que yo viera sus
ventajas, sino la persona que iba conmigo. La que hizo que me detuviera durante
cinco segundos en la entrada, la que dijo, “en esta casa será en la que tendremos
nuestros hijos”. Ella fue la que hizo que me enamorara sin remedio de ese
pequeño lugar. Con este recuerdo, giro el pomo de la puerta, abriéndola sin
ninguna dificultad. ¡Ay, Keila! Nunca cambiarás.
-¿Beatriz? -Su dulce voz se
extiende hasta mí y sonrío inconscientemente. Hace demasiado que no la oigo y
la verdad es que me molesta tener que volverla a oír justo en este momento.
¿Por qué tengo que ser yo, justamente yo, quien le arrebate a su niña de las
manos?
-Keila…-Paso el salón, dejando
atrás las escaleras, y me cuelo en la cocina. Me ha escuchado pero no quiere darse
cuenta de la realidad-. Hola.-Me mira con el dolor impreso en la mirada, sabe
que no puede hacer nada.
-¿Ya es la hora?
-Ni siquiera deberías preguntármelo,
sabes la respuesta.-Se da la vuelta, dejando lo que quiera que está cocinando,
para abalanzarse sobre mis brazos. Noto cómo tiembla y llora. La entiendo, el
tiempo con su pequeña se ha acabado y eso le duele.
-No quiero que se vaya, todavía
no…
-Lo sé, de verdad, y lo siento,
lo siento mucho, pero es lo mejor para todos.
-También sé eso, pero no quiero,
no puedo aceptarlo.
-Sabías que algún día pasaría.
-Sí, pero no tan pronto.
-Lo siento.
-Yo también -dice levantando la
cabeza y clavando sus preciosos ojos, castaño claro, en los míos, haciendo que
tiemble. Cuánto la había echado de menos-. Prométeme que la cuidarás, prométeme
que harás cualquier cosa por qué siempre sea feliz.-Asiento y la estrecho
fuertemente entre mis brazos. Se separa de mí secándose las lágrimas-. Hubiera
preferido encontrarme contigo en otra situación -dice cambiando de tema,
intentando controlar sus sollozos.
-Yo también, lo sabes.
-Supongo que los sentimientos del
uno por el otro nunca cambiarán,
¿verdad?
-Creo que es totalmente
imposible.-Empieza a olerse un horrible olor a quemado y Keila se apresura a
quitar la comida del fuego, quemándose. Me acerco a ella, cojo la mano
lastimada y deslizo la mía por encima, haciendo que el dolor se detenga.
-Realmente eres útil -dice
esbozando una sonrisa triste.
-Supongo que a veces lo soy.-Le
devuelvo la sonrisa y me quedo mirándola. ¿Alguna vez me cansaré de observarla?
-Normalmente lo sueles ser siempre.-Aparto
la mirada y me doy cuenta de que se está haciendo tarde.
-Me tengo que ir.
-Espera, al menos coge algo de ropa.-Se
pasa la mano por el pelo, apartándolo de sus ojos-. Como le hagas vestir algo
que no le guste, no te hablará en la vida y si lo hace, lo hará única y
exclusivamente para insultarte.
-¿Tiene mal carácter? -pregunto
intentando quitar un poco de hierro al asunto; la verdad es que sé la respuesta
a esa pregunta.
-La mayoría de las veces se
parece a su padre.-Sonrío, me hace gracia su comentario, aunque es cierto. No
se puede negar que es hija de su padre, pero como a todos, nuestro día nos
llega, y cuando encuentre a esa persona especial, ella se liberará y será como
realmente necesita ser-. Voy a buscar sus cosas, vuelvo enseguida.-Asiento y me
siento en una de las sillas de la cocina. La verdad es que la echaba muchísimo
de menos. Empiezo a contar y me doy cuenta de que son ya tres años sin verla,
una verdadera barbaridad para alguien que está enamorado. Me paso varios
minutos pensando en todo lo que hemos vivido ella y yo y me sorprendo cuando
Keila me toca el hombro y me tiende una bolsa negra; la cojo y me levanto-.
Toma, dale esto de mi parte -dice volviendo a soltar lágrimas. La abrazo por
última vez, salgo de la casa, subo al furgón y me despido de ella.