Capítulo
3.
Daniel:
Cierro la puerta de
su habitación con una sonrisa en la cara; no sé por qué, pero el hecho de
escuchar mi nombre en sus labios me ha gustado, y ese extraño calor en el pecho
también.
¿Qué es? Nunca lo he sentido, o
sí…. No, es imposible, aquello era amor, cariño. Esto no. No puede ser. Me
prometí no volver a sentirlo nunca más, después de aquel día, no.
Llego a mi habitación, que está
en el área restringida al alumnado. Haber pasado por lo que he pasado ha dado
sus frutos, al menos así estoy cerca de “Él” si necesito algo. Entro en mi
habitación y me meto en mi cama, sin quitarme la ropa, sin hacer nada, solo me
acuesto y cierro los ojos. No me duermo; aunque tengo sueño, no lo hago, no
puedo. Necesito saber qué es esta sensación. ¿La quiero? ¿De verdad, en menos
de veinticuatro horas, me he enamorado de ella? No, solo son sus ojos, que tienen
algo atrayente, o, tal vez, son sus labios, que tienen la pinta de nunca haber
sido besados. Me siento frustrado, no soy así, soy Daniel, el intocable, el
odioso, al que todo el mundo teme y admira, no un estúpido adolescente que se
deja llevar por un rostro bonito.
Me giro en mi cama, buscando una
buena posición para dormir, pero no encuentro ninguna, mi mente está perdida,
no sabe si creer u olvidar. Cierro los ojos.
“-Daniel,
hijo mío, duerme solo.
-No
quiero.
-¿Por
qué?
-No
quiero que se vaya.
-¿Por
qué se iba a ir?
-Porque
el monstruo malo está en el armario.
-Daniel,
no hay ningún monstruo, ven con mamá. Él está cansado, necesita dormir.
-Pero…
-Vamos.-Me
extendió una mano y yo la cogí. En la oscuridad de la noche vi sus ojos
naranjas, que eran totalmente diferentes a los míos y me sentí a salvo. Salí de
la habitación para entrar en la mía, todo estaba oscuro y tenía miedo.
-Mamá
no te vayas.
-¿Quieres
que me quede? -Yo asentí quedamente y ella sonrió. Me acosté en la cama y cerré
los ojos, sentí algo cálido en el pecho, era la tranquilidad de tenerla a mi
lado, era el hecho de quererla tanto.”
Me levanto sobresaltado de la cama,
con lágrimas en los ojos. Para algunos este sueño es insignificante, un
producto de la imaginación; en mi caso, es un recuerdo, un recuerdo
intrascendente si no fuera por el hecho de que mis padres no están. Murieron.
Hace mucho. A manos de un traidor.
Me acerco a la ventana, ese sueño
me lo ha demostrado. No solo que los echo de menos, eso yo ya lo sabía, sino
que lo que siento por esa niña es amor o algo muy parecido. Los he defraudado,
prometí no volver a amar a nadie. Ahora mi corazón ya no les pertenece a ellos,
sino que ahora le pertenece a una completa desconocida y eso, lo voy a cambiar.
Voy a hacer que ese amor se convierta en odio, o que, al menos, ella nunca se
acerque a mí, no la quiero en mi vida, a ella no.
Beatriz:
Abro mis ojos al
sentir que la luz entra por la ventana. Me incorporo y miro a mi alrededor, no
ha sido un sueño. Estoy en un horrible lugar con mi espantoso padre. Me levanto de la cama y me siento en una silla
que hay junto a un escritorio y miro la estancia. Las paredes son beis y todos
los muebles de madera oscura. Tengo una ventana justo detrás del escritorio;
que está tapada con una cortina blanca. Las cosas en este lugar parecen no
tener vida. Estoy segura de que si dejan a alguien aquí más de veinticuatro
horas, se vuelve loco.
Me levanto de la silla porque me
ruguen las tripas. No recuerdo cuándo fue la última vez que comí. Miro mi ropa
y veo que tengo mis pantis, y mi chaqueta negros. Abro el ropero para
encontrarme con un montón de faldas color azul marino con rayas verdes y
camisas blancas. Aparto la mirada rápido antes de quedarme ciega con esa ropa
tan espantosa. Y entonces, cuando estoy a punto de cerrar las puertas, el asa
de una mochila me lo impide; la saco del ropero y cuando bajo la cremallera,
una sonrisa, poco frecuente, las cosas hay que decirlas, se estampa en mi cara.
Mi ropa, no toda, pero más o menos, la mitad está ahí. Saco unos vaqueros
negros, unas bragas, un sujetador y una camisa, pero en seguida me doy cuenta
de que no sé dónde está el baño, así que vuelvo a meter mi ropa interior en la bolsa
y busco mi cepillo.
Salgo de la habitación ya
preparada, bajando la cabeza y poniéndome la capucha. No sé a dónde ir. Así que
me decanto por la derecha. Oigo un murmullo de voces, tal vez de cientos, pero que están bastante
lejos. Sigo a mi oído, y encuentro unas escaleras. Cuando llego al pie de
estas, veo otra justo en frente. Estoy en un hall enorme, decorado con un
montón de cuadros antiguos de personas con mis ojos.
Hay tres puertas a mi alrededor:
una a mi izquierda, otra a mi derecha y otra justo detrás de las escaleras que
tengo en frente. De esta salen las voces, así que me dirijo a ella.
La abro y veo que hay mucha gente
desayunando; todos se giran y se sorprenden
al verme. No me muevo, no sé qué hacer, no quiero levantar la cara, no quiero
que me vean, pero necesito saber dónde están Daniel y Arthur.
-¿Y tú quién eres? -pregunta
alguien colocando su mano encima de mi hombro. Es una voz fina, y demandante.
Parece la de una típica niña rica.
-Y a ti qué te importa.-Miro su
mano que tiene la manicura perfectamente hecha y me la sacudo de encima-. No me
toques.
-¿Encima de que interrumpes
nuestro desayuno me contestas de esta manera?
-Mira, yo no tenía intención de
interrumpir a nadie; solo estoy buscando a…
-No me importa a quién estés
buscando, seguramente no está aquí. Esto es una escuela privada y no entiendo
cómo has llegado a este lugar, así que ahora mismo puedes ir saliendo por la
puerta.
-¿Y si no quiero? ¿Qué me vas a
hacer?
-Fácil -contesta y sin tocarme siquiera,
llego a la mitad de la estancia; estoy flotando y suelto un gemido cuando caigo
en picado al suelo y mi espalda cruje.
-¡Úrsula! –La chica se gira y la
sonrisa que tiene en la cara se ensancha.
-Hola Daniel, solo estoy sacando
la basura.-Daniel le echa una mirada furibunda a la muchacha-. ¿Qué te pasa,
cariño?
-Mejor cállate. Beatriz, ¿estás
bien? ¿Por qué no llevas el uniforme?
-Las faldas y yo no nos llevamos
bien y menos aún si no son negras.-Arthur que está detrás de Daniel, se acerca
a mí y me da la mano. Cuando le miro a la cara tiene una ceja alzada. Su cara
me hace tanta gracia que aunque no me suelo reír, no lo puedo aguantar y suelto
una carcajada.
-¿La conoces?
-Sí, es una de los nuestros.
-¿De qué clase?
-Baja -contesta demasiado rápido.
-¿De qué están hablando? -Le
pregunto a Arthur.
-Después te lo digo, ahora tienes
que venir conmigo.-Asiento, pero cuando él me coge de la mano para sacarme de
allí me vuelven a sonar las tripas. Él se gira y me mira, luego mira a Daniel-.
Daniel, ¿me harías el favor de traerle algo de comer a esta chica? -Daniel me
mira y asiente. Le echo un vistazo a este último antes de irme, y por alguna
razón siento que es distinto conmigo que con los demás. De repente está tan
serio y después tan comprensivo…-. Ten cuidado con Úrsula, es… ¿Cómo decirlo?
-¿Creída, pija, estúpida…?
-Sí, sí, eso también, pero
sobretodo muy vengativa y celosa y estoy casi seguro de que te va a hacer pagar
por lo que acaba de pasar.
-¿Qué? ¿Pagar? ¿Yo? Pero si no le
he hecho nada.-Suspiro.-. Me cae mal y eso que no la conozco.
-Pues cuando la conozcas no la
vas a querer ni ver.-Pongo los ojos en blanco.
-¿Y se va a vengar por lo que le
dije?
-Si fuera por lo que le dijiste,
el lanzamiento por los aires hubiera bastado, pero se metió Daniel y….
-¿Qué tiene que ver que se
metiera Daniel?
-Úrsula lleva detrás de él desde
que lo conoció, pero Daniel no le hace ningún caso. Él te acaba de defender y
ella, como es una de las más poderosas de aquí, está acostumbrada a conseguir
todo lo que quiere y le jode y mucho que la nueva, que encima es de clase
“baja” -dice baja haciendo comillas en el aire-, reciba más atención de él que
ella.-Yo asiento.
-¿Por qué dices “baja”? -pregunto
haciendo el gesto que él había hecho.
-¿No está claro? -Yo niego-. A
ver, aquí hay como una especie de ranking de poder; supuestamente, primero está
Daniel; después Úrsula; después, mi hermana y yo; luego, Miriam; las lacayas de
Úrsula que son las hermanas Valeria y Roxana y después sigue bajando, ¿sabes?
Hay como quinientos alumnos aquí. No te los voy a decir todos, pero lo que
nadie sabe, sino el señor, Daniel, mi hermana y yo es que hay una persona
aparte que está antes de Daniel, y esa
persona… -Entramos en mi habitación y cierra la puerta-. Eres tú.-Abro la boca
ya que no me entero de lo que está hablando.
-¿Qué hablas de poder? ¿De
personas que son más populares o algo? Porque si es de eso te aseguro que yo
debo de estar al final de esa lista.-Arthur suelta una carcajada muy
escandalosa que hace que resuene en mis oídos.
-¿De qué te ríes, Arthur? -pregunta
Daniel que acaba de entrar.
-De nada.-Le dice-. A ver,
Beatriz ¿tú sabes algo de tu padre, o de alguno de nosotros?
-No, nada.
-Esto va a ser divertido -dice
con ironía Arthur y Daniel lo fulmina con la mirada.
-Beatriz, ¿tienes idea de cómo te
levantó Úrsula?
-La verdad es que no, pero te
agradecería que dejaras de hablarme como una niña pequeña, que ya soy
mayorcita.
-Te hablo así porque no sé cómo
te vas a tomar lo que te voy a decir ahora.-Asiento no muy convencida-. ¿Crees
en la magia?
-No, sí, venga, y en los
unicornios también.-Arthur vuelve a soltar una carcajada, pero esta es mucho
más estrepitosa y acaba encima de la cama dando pataletas, como si no pudiera
controlar su cuerpo.
-Arthur, para, que esto es
importante.
-¿Pero es que tú has oído lo que
acaba de decir y su tono de voz? -pregunta mientras se quita las lágrimas de
los ojos. Daniel no aguanta más la fachada de chico serio y maduro y empieza a
reírse él también, sentándose en la cama.
-Pues yo no le veo la gracia.
-¿Qué le ves de malo a los
unicornios y a la magia? -pregunta Arthur, dejando de reír y acostándose en la
cama boca arriba.
-Pues que los dos son ficticios.
-¿Qué ves tú de ficticio en esto?
-Vuelve a preguntar Daniel, levantándose de la cama. Sube una mano a la altura
de mi cara y la mueve. Mi boca se abre al ver que de la nada sale un arco de
fuego.
-No, no, no, no, no, no, no, no,
no, no. Tengo que estar en un sueño, es imposible que de un día para otro mi
vida cambie tanto.-Suspiro-. Si ese fuego es de verdad, yo soy la reina de
Roma.
-Hola alteza -dice Arthur dando
un brinco de la cama y haciendo una reverencia.
-ja, ja, ja -digo.
-¿Te lo crees?
-¿Me queda otra?
-No -contestan los dos a la vez y
cómo no, mi barriga se vuelve a quejar.
-Voy a traerte algo de comer -dice
Daniel. Sale de la habitación y me quedo sola con Arthur.
-¿Conocías a tu padre? Me
refiero, antes de encontrártelo.
-No, ni siquiera sabía nada de
él, pero supongo que cuando miras a alguien a los ojos y ves que son iguales
que los tuyos, sabes que tiene algo que ver contigo.
-¿Qué sentiste cuando lo viste?
-Rabia, yo nunca quise conocerlo,
y ahora encima me trae a un sitio en el que no encajo, un sitio en el que no
conozco a nadie y no sé quiénes son mis amigos y quienes son mis enemigos.- Me
paro a pensar, ¿amigos? Nunca los había tenido, no entiendo por qué digo esa
palabra. Si nunca los he tenido, ¿para qué quiero saber quién es quién?
-Yo soy tu amigo, yo jamás te
haría daño, puedes confiar en mí para todo, Beatriz… -para y me mira-. Bueno y
Daniel también es tu amigo, o más o menos.-Sonríe.
-¿Por qué lo dices?
-Porque él nunca le sonríe a
nadie y todo el mundo le tiene respeto.
-Pues bien que se rió antes.
-Si te digo la verdad es la
primera vez que lo oigo reír.
-¿En serio?
-Sí, pero cualquiera no se ríe
con lo del unicornio.-Vuelve a soltar otra carcajada. Yo lo miro mientras se
ríe y por alguna razón, echo de menos a mi madre y sé que aunque voy a hacer mi
primer amigo y que va a ser de por vida, lo voy a pasar muy mal por estar en
este lugar.
-Ah, casi se me olvida, Beatriz.
Ponte estas lentillas para que nadie sepa quién eres, nunca salgas sin ellas
¿de acuerdo? -Asiento, las cojo, me acerco al espejo y me las pongo.
-Venga, come rápido que hay que
ir a clase -dice Daniel entrando por la puerta y entregándome la bandeja con
comida. Me meto unos cuantos bollos en la boca a toda velocidad.
-¿Qué hay que ir a dónde?
-A un sitio que es muy divertido
y en el que se suele aprender.
-Si quieres puedes utilizar un
poco de esa magia que me enseñaste antes y matarme, no tengo ningún
inconveniente.
-Vamos, o te juro que te llevo
como a un saco.-dice Arthur.
-Atrévete.
-Has sido tú la que me lo ha
dicho.-Se levanta de la cama y me levanta, colocándome en el hombro como a un
saco y sacándome de la habitación, como si no pesara nada-. ¿Estás cómoda?
-¡Noooooo! ¡Bájaaaameeee!
-Hasta que no lleguemos a clase,
olvídate.-Oigo una risa procedente de uno de los lados y veo que es Daniel. Me
mira y me dedica una preciosa sonrisa con los dientes totalmente blancos y perfectos, haciendo que algo se mueva dentro de mí, pero al
ver que solo es un momento y que no vuelve a pasar, doy por sentado de que son
cosas mías. Pongo mi cabeza como estaba originalmente, esperando que no haya
notado nada de lo que pasa en mi interior.