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miércoles, 13 de noviembre de 2013

Sin corazón: El comienzo. Capítulo 10.

Capítulo 10.
Sigo o en un rato, y si no el miércoles que viene un subo 4, espero que disfrutéis. Besos!!

Arthur:

Dejamos a Daniel con su hermano. Sinceramente, no sabía nada, jamás me imaginé a Daniel con un hermano, aunque supongo que la culpa es suya por no haberlo comentado nunca, pero, claro, por lo poco que he entendido de la situación, Daniel pensaba que estaba muerto; por esta razón, seguramente, no quería hablar del tema. Si Kate se hubiera muerto, no sería de mi agrado hablar de ello, más bien preferiría que nadie lo supiera, y eso es exactamente lo que hizo Daniel, ocultarlo.
Me echo a correr detrás de Beatriz cuando la veo desaparecer en la espesura de los arboles; no creo que se pierda, pero aun así, la sigo. Me  sorprendió mucho verla aparecer  en el “campo de batalla”, pero, al mismo tiempo, si te pones a pensar, no es tan raro; es como si ni siquiera un huracán pudiera vencerla. Es demasiado impulsiva y sarcástica, pero aun así me parece mona y, como no, me he fijado en ella, aunque esto no es un secreto. Creo que todos lo saben menos ella. Se desvía de la trayectoria hacia la academia, pero sé que lo hace a propósito, seguramente no tiene ganas de enfrentarse a todos allí. Se para y se sienta en una roca; yo aminoro el  paso, estoy algo agitado por la carrera, pero intento relajarme, controlar la respiración. Ella no me ha visto, ni siquiera me ha oído. Está sumida en sus pensamientos. Doy un rodeo para sorprenderla por detrás, le toco el hombro y ella me mira, asustada, luego me reconoce y se tranquiliza.
-¿Estás bien?
-Casi mato a su hermano…
-No te preocupes…-La miro y me resulta raro verla tan deprimida, no me gusta verla así-. Si me permites opinar, pienso que estabas en todo tu derecho, él mato a tu madre.
-Pero… -Me mira con los ojos llorosos, creo que ha pasado por demasiadas cosas en muy poco tiempo.- Es la única familia que le queda, a mí me queda… -Se para en seco, recapacitando; seguramente no quiere admitirlo, pero ella al menos sí que tiene a alguien.- Lo tengo a “Él”.
-Beatriz, él lleva solo toda su vida, no creo que le hubiera importado seguir estándolo.
-¡Arthur, no digas eso! Claro que le hubiera dolido. Daniel tiene corazón y aunque su hermano me haya hecho eso, él no tiene que odiar a Damon. ¿Sabes lo que ha sufrido Daniel por su hermano?
-No, ¿acaso tú lo sabes?
-Pues sí.
-Ya veo que estás muy unida a él, aunque, si mal no recuerdo, ayer estabas llorando porque te había llamado bicho raro.-Ella me mira dolida e incluso yo sé que he caído bajo, pero… Duele saber que han pasado juntos una noche y que han intercambiado secretos uno del otro y me da rabia saber que yo nunca podré intercambiarlos con ella como lo hace con él, porque yo solo soy un simple amigo y él es algo más.
-No entiendes por qué lo hizo… -Juega con las palmas de sus manos y las mira, está nerviosa, enfadada y dolida.
-Supongo que no.-Me levanto de la roca y desaparezco por el mismo sitio por el que he venido.
“Él”
Me siento en el sillón de mi despacho, odio que Beatriz se comporte así, no soporto negarle las cosas que quiere o simplemente impedirlo. Sé que no he sido un buen padre, pero no fue por mi culpa, era lo que quería ella, y yo haría cualquier cosa por Keila, o al menos lo había hecho; ahora ya no podré hacerlo nunca más. Abro el primer cajón de mi escritorio y saco un marco que está boca abajo, le doy la vuelta y lo miro. Una niña pequeña, de tan solo dos años está agarrada a una mujer. La niña tiene el pelo negro azabache, recogido en dos coletas altas; los ojos azul claros y con motitas plateadas que tan familiares me resultan, están brillando de felicidad; su nariz, igual que la de la mujer, es recta; los labios finos de la niña están curvados en una sonrisa, que deja ver unos pequeños dientes blancos; tiene un vestido azul claro que va a juego con sus ojos; unos zapatos con hebillas, negros, que dejan ver unos calcetines de encaje blanco. La mujer que mira a la niña, con un amor incondicional, tiene el pelo castaño claro igual que los ojos; su boca es igual que la de la niña, fina, pero, en cambio, ésta tiene unos dientes más grandes, pero no mucho. Viste una camisa morada, un pantalón corto negro con unas medias del mismo color y unos botines negros. Miro a la mujer con la que tanto compartí y me siento aún más vacío de lo que me suelo sentir al recordar que ha muerto. Cuando vi que Beatriz entraba llorando y con las palabras de Damon en la cabeza… casi no me pude contener para no abrazarla; quiero parecer un padre duro, porque no quiero que ella me coja cariño, no quiero que arriesgue su vida, porque aunque no lo sepa, la conozco a la perfección y lo sé absolutamente todo de ella.
Miro el cajón, que esconde el vídeo que Keila le dedicó a Beatriz cuando era más joven porque sabía que el día que me la llevara, no la volvería a ver y, menos aún, tendría tiempo de despedirse de ella. Lo saco y le doy varias vueltas, no sé si dárselo; he visto el vídeo aunque sé que eso va en contra de la privacidad, tanto de Beatriz como de Keila, pero no lo pude evitar, quería saber si Keila se había ido de la lengua, que como no, lo había hecho. Meto la foto en el cajón, lo cierro, cojo el vídeo y me levanto de mi silla. Puede que contara cosas que no tuviera que contar, pero sé que a Beatriz le sentaría bien ver este pequeño vídeo de su madre diciendo que la quiere y que siempre la va a querer, pase lo que pase. Antes de salir de la estancia cojo el portátil que debía de haber estado en su habitación desde su llegada, para que pueda ver el vídeo sin ningún problema.
Busco su mente para saber dónde está, me cuesta un poco encontrarla porque Daniel le ha enseñado a subir barreras. Está en el bosque, pero no me preocupa, siempre y cuando no se aleje más. Piensa en Daniel y me alegra que se haya enamorado de él, ya que el pobre muchacho necesita un poco de luz en su vida, y aunque a primera vista, Beatriz parece que ofrece oscuridad, quien la conoce un poco se da cuenta de que ella es una buena chica.
Alguien se tropieza conmigo y cae. Miro a la persona que está tendida en el suelo, es Arthur, a quien le está costando mantener las lágrimas a raya. Lo miro directamente a las dos piedras de color ámbar que tiene para poder ver, desconectando de la mente de Beatriz para meterme en la suya; en seguida veo el problema, que tiene a su mente tan ocupada que no le permite mirar al frente. Siempre he visto a Arthur como el típico niño en el cual puedes confiar porque nunca te va a decepcionar, como un robot, que no tiene sentimientos, que solo obedece tus órdenes y no siente nada ya que es una máquina, pero mirando ahora los ojos de ese pequeño niño al que he visto crecer, jugando por los alrededores de la academia, veo que no es un trozo de metal. Me meto en su mente con mucha fuerza, intentando ver sus recuerdos para comprenderlo. Y lo veo claro.
Siente celos, rabia, amor, dolor, arrepentimiento, duda; un torrente de emociones está controlando su interior y él intenta afrontarlo todo, pero no sabe qué hacer. Piensa que todo era más fácil antes, cuando solo se reía y se preocupaba por los demás, porque esa era su forma de ser. Siempre había sido todo para los demás y nada para él. Y querer a Beatriz, que es lo que le ha hecho sentir todas esas emociones, le hace creer que es un idiota, porque sabe que ella no lo quiere. Y aunque él podría haber hecho que Daniel y Beatriz no estuvieran juntos, para tener una oportunidad, su cabeza e incluso su corazón, tan bondadosos que no merecen sufrir de tal manera, le dicen que lo que ha hecho es lo correcto. Aunque eso no sea lo que realmente quiere, es lo mejor para ella.
Extiendo la mano, sintiéndome en deuda con él por haber hecho que mi hija sea feliz con el chico que quiere; sintiéndome en deuda por haber hecho que mi hija se durmiera más tranquila en sus brazos y haber ido cuando ella ya estaba plácidamente dormida al cuarto de su mejor amigo, para hacer que entrara en razón y le contara la verdad a Beatriz.
-Eres increíble.-Le digo con admiración. Él me mira perplejo sin entender mi cumplido, y yo me río interiormente porque será la primera y última vez que le diga eso, aunque estoy seguro de que habrá muchas ocasiones en las que lo piense.
-Gracias y perdón -dice agradeciendo el cumplido y pidiendo disculpas por el tropiezo. Le doy la espalda y empiezo a caminar hacia el dormitorio de Beatriz.
Entro en la estancia, mirando todo a mi alrededor. Está igual que cuando llegó, a excepción de la cama que está sin hacer. Me siento un poco culpable por no haberle prestado ninguna atención. Lleva aquí una semana y ni le he dejado traer las cosas de su antigua casa, ni nada, y cómo no, tampoco ha ido a comprar. Esta estancia es demasiado deprimente para ella, no le pega nada de lo que hay. Más bien, por su aspecto, le iría mejor una habitación de paredes negras, con pósters de grupos de rock gótico o post-punk, aunque, seguramente, si le hiciera eso a la habitación no me pasaría por ella jamás.
Dejo el portátil encima de la mesa, y oigo unos pasos, y me hago invisible, sabiendo que no voy a tener tiempo de salir de aquí. Beatriz entra en la habitación y mira el portátil; yo me siento estúpido por no haber detectado su presencia, miro la puerta, pero me quedo de pie al lado del ropero, queriendo saber cómo le sentará el video.
Se acerca a la mesa, se sienta en la silla, coge el CD y lo mira, para luego dejarlo de nuevo y encender el portátil. Mete el CD en la abertura de uno de los costados. El video empieza, ese que tanto quiero porque lo tiene a ella.
Mi Querida Beatriz.
Esas palabras salen en un fondo blanco, grandes y en cursiva, con la música de “I miss you” de fondo. Keila está colocando la cámara y luego saluda con una sonrisa. Tiene el pelo, que normalmente le cae suelto por la espalda, recogido en una coleta alta; sus ojos castaños están hinchados por las lágrimas que, seguramente, le ha costado mantener.
“Hola, cariño, supongo que si estás viendo este video es porque nunca más te volveré a ver… No te enfades si no he tenido el valor suficiente para contarte la verdad. Seguramente, lo que te voy a decir no me atrevería jamás a decírtelo a la cara, ya que incluso teniendo una simple cámara delante, las lágrimas luchan por salir.” Se para, cogiendo aire para poder seguir.
“Tu padre es un mago, supongo que eso ya lo sabrás, y aunque yo sabía eso desde que empecé mi relación con él y el destino que tendrías cuando nacieras, no pude hacer otra cosa. ¿Nunca has sentido que te falta el aire cuando la persona que amas está lejos de ti? Pues a mí me pasa eso cada vez que tengo una discusión con él o si sale por la puerta. Porque desde que vi esos preciosos ojos que tú has heredado, me prendé de él y creo que nunca podré sacarlo de mi corazón. No te enfades conmigo, no me odies, porque tú eres una de las cosas que más feliz me ha hecho y si me odiaras, no podría perdonármelo.” Vuelve  a parar porque las lágrimas salen a raudales de sus ojos. Observo a Beatriz y veo que ella también llora. Es imposible no llorar con ese vídeo con el que yo he llorado por primera y última vez en mi vida. El dolor de Keila es tan palpable, que te entra en el corazón y te hace daño; no como el daño que, le hizo a ella separarse de su hija, pero sí te hace sentir, al menos, una parte de su dolor. Vuelvo a mirar a Beatriz, que observa la pantalla con mucha atención, aunque seguramente las lágrimas le nublan la vista.

“Cariño, tampoco odies a tu padre porque te hiciera creer que es una mala persona, o porque no te hablara de él, solo lo hice porque me lo pidió. Darío es un buen padre, podría haberte separado de mí desde que naciste, pero creyó que lo mejor para ti era quedarte con tu madre, conmigo.  Beatriz, querida mía, te queda un largo camino por delante, en el cual descubrirás cosas fantásticas y cosas horribles. Solo te pido que te cuides y que jamás te vengas abajo porque lo que vas a vivir a partir del preciso momento en el que entres en esa academia, va a ser demasiado. Que sepas que soy la persona más afortunada del mundo por haberte tenido, por haber visto crecer a una niña como tú, que aunque ha tenido problemas, siempre los ha dejado de lado, para poder complacerme. Voy a disfrutar de los tres años que me quedan a tu lado, porque, cariño mío, no te volveré a ver y aunque eso no es lo mejor para mí, pues es mi peor pesadilla, es lo mejor para ti. Te voy a extrañar, eso no lo dudes, y que nunca se te olvide,  que eres lo mejor y  que te quiero con toda mi alma.” Se seca las lágrimas con la manga de la chaqueta, le manda un beso a su hija y aunque le cuesta, porque solo con ver su cara se nota, se despide con la mano. Para siempre.

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