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miércoles, 13 de noviembre de 2013

Sin corazón: El comienzo. Capítulo 8.

Capítulo 8.

Beatriz:

Lo tengo entre mis manos y, por alguna razón, me siento culpable de que esté así. Lo entiendo, no quería perderme, aunque no entiendo muy bien por qué me iba a perder, si tanto me quiere, me protegerá, ¿no? Se hace hacia atrás. Yo le quito las lágrimas de sus largas pestañas y de su cara, él me agarra de las muñecas y cuando me doy cuenta me está besando. Siento cómo juega con mi boca y yo, aunque suene muy cursi y para nada mi estilo, me siento en el cielo.
-¿Me perdonas? -pregunta él cuando deja de besarme. Poso mis manos por detrás de su cuello y acto seguido le doy un beso. ¿Qué queréis? No lo puedo evitar.
-Sí -contesto con una sonrisa. Seguramente tendré una cara que da risa, pero es que… Una, dos y tres: ¡¡Estoy loca por él!!
De repente, se separa y suelta una gran carcajada que hace que me distancie y me plantee si todo lo que acaba de decir es mentira o no.
-Una, dos y tres: ¡¡Yo también estoy loco por ti!! -Y entonces me echo a reír yo también, pero en seguida paro. ¿Lo había dicho en voz alta? Imposible, le estaba mirando embobada.
-¿Por qué has dicho eso?
-Te puedo leer la mente -dice con una sonrisa.
-¿Y yo también puede leer la tuya?
-Si te enseño sí.
-Pues enséñame.
-¿Ahora? -Asiento y él suspira-. Cierra los ojos y concéntrate en entrar en mi mente. Es así de fácil, lo que pasa es que tienes que moderar el poder que utilizas, porque si usas mucho, veras los recuerdos de esa persona,  y si lo usas muy poco, no podrás bajar las barreras. Tienes que utilizar lo justo y cada uno es diferente, así que en eso no te puedo ayudar. Te voy a poner solo una barrera a ver si la puedes bajar.-Vuelvo a asentir-.Venga, ahora.
Lo intento varias veces hasta que al final bajo la barrera y veo lo que está pensando, es un mensaje para mí.
“Beatriz, te cuidaré por siempre.”
-¿Sabes? A ti no te pega nada decir esas cosas, ni ésta ni la de antes.
-A ti tampoco, supongo que es el milagro del amor.-Me río, porque antes cualquier cosa de estas me hubiera hecho soltar una carcajada de las grandes.
Suenan dos golpes en la puerta y me levanto de un salto de la cama. La puerta se abre y me sorprende que ni siquiera haya esperado a que le diga pase. Miro perpleja a Úrsula que está parada en la puerta. Pasa la mirada por la habitación y se encuentra con los ojos de Daniel. Una mueca de dolor cruza su cara y, aunque me cueste un poco admitirlo, me siento mal por ella, supongo que eso de que llegue alguien nuevo y te quite a la persona que más quieres, duele.
-El maestro quiere hablar contigo –dice y se queda parada ahí, sin moverse, sin hacer absolutamente nada, solo escrutándome con la mirada, como si hubiera hecho algo malo.
-De acuerdo, voy a vestirme –digo, aunque la verdad es que no tengo ningunas ganas de hablar con “Él”.
-Daniel… -dice ella con tono suave, pero luego me mira a mí y para-. A ti también quiere verte.-Se gira y se va. Daniel salta de la cama, abre la puerta y sale de la habitación dejándome a mí sola.
-Úrsula, para.-Oigo la voz de Daniel amortiguada por la puerta cerrada.
-Sé lo que me vas a decir, pero tengo todo el derecho del mundo a contárselo. Es su hija.
-Si lo haces, no te volveré a dirigir la palabra y puede que acabes muy mal.
-A mí no me amenaces, Daniel.
-¿Qué me vas a hacer si lo sigo haciendo, eh, chivata?
-No me retes, capullo.-Se calla-, que yo al menos no voy por ahí tirándome a cualquiera.
-No me he acostado con Beatriz, Úrsula.
 -¿Y entonces qué hacías en su cama?
-La verdad es que eso no te incumbe.-Dejo de escucharlos; la verdad es que oír tantas estupideces por parte de Úrsula me saca de quicio. Y además, si le dice que estamos juntos o cualquier cosa por el estilo, ¿por qué debería importarme? Ese hombre ya tiene suficiente con no dejarme salir de este lugar. ¿Qué más da si estoy con Daniel o no? No ha estado para preocuparse de mí en mis quince años de vida, ¿por qué iba a importarle que fuera feliz con Daniel o no? Cojo mi móvil, al que no le había prestado atención en ésta semana. Está apagado, cómo no. Lo enciendo y veo que tengo varias llamadas perdidas de mi madre y otras cuantas de un número desconocido. Llamo a mi madre y me lo coge después de dos pip.
-Hola, mamá, ¿qué tal te va todo? ¿El trabajo y eso? No tendrás la casa muy desordenada ¿no? Te echo de menos.
-Hola. ¿Tú eres Beatriz Scarlett McClain? -pregunta una voz extraña. ¿Por qué me resulta familiar?-. ¿No me recuerdas? -Me paro, su voz es ronca, y siento que no quiero saber la respuesta a esa pregunta porque sé que me va a dar miedo-. Hagas lo que hagas, corras lo que corras, nunca escaparás de mí. Ni Daniel ni tu padre te podrán salvar del destino que te espera.
-¿Quién eres? ¿Por qué tienes el móvil de mi madre? ¿Cómo entraste en mis sueños?
-Mi nombre es Damon, no tengo ningún inconveniente en decirte eso. ¿Cómo tengo el móvil de tu madre? Pues, bueno, creo que en el lugar en el que está ahora no lo va a necesitar a no ser que, después de la muerte, el móvil se utilice para algo, y a la última pregunta, creo que no necesitas respuesta, quien tenga un poco de dominio con la magia puede hacer grandes cosas.-Las lágrimas salen, sé que lo de mi madre es cierto, por alguna razón lo sé. Puede que sea que la voz de ese tipo no es la de uno que se ponga a hacer bromas, puede que sea por lo del sueño, o simplemente porque tiene su móvil. La verdad es que no lo sé. Me entra un poco de mareo y me siento en la silla.
-¿Por qué has hecho eso…?
-¿Estás llorando? Oh, pobre niña.-Suspira como si estuviera cansado, aburrido-. No es nada personal, simplemente quiero destruirte. No es justo que alguien como tú tenga ese poder, es incomprensible. No te enfades, no llores y mucho menos cojas una de esas rabietillas de niña pequeña, pero voy a por ti ¿de acuerdo? Nos veremos las caras pronto -dice y se extiende un  silencio absoluto  tras el que termina la llamada. Suelto el móvil encima de la mesa y cuando intento levantarme noto que todo el cuerpo me tiembla, pero, aun con eso, salgo corriendo de mi habitación, encontrándome a Daniel y a Úrsula que siguen discutiendo en el pasillo.
-Beatriz, ¡¿qué pasa?! -grita Daniel, pero yo sigo mi camino. Me paro en la entrada ya que no sé a dónde dirigirme. En ese momento me doy cuenta de que no sé dónde es su despacho. Oigo una respiración entrecortada detrás de mí, me giro y veo los ojos verdes más bonitos del mundo que se difuminan por mis lágrimas-. Beatriz, ¿por qué lloras?
-¿Dónde está… mi padre? -pregunto como puedo, ya que con las lágrimas me resulta un poco difícil.
-Ahí.-señala Úrsula, que acaba de llegar, a la puerta que está detrás de mí. Me encamino hacia ella, pongo la mano en el pomo de la puerta y sin tocar, entro en la estancia, veo a mi padre, a Arthur, a Kate, a Miriam (creo que se llama, o al menos algo así había dicho Luna), a la chica con la que siempre solía andar Kate, y que en este momento me doy cuenta de que es la misma que me había llevado a la habitación de Arthur la noche que había llorado. Se llama Laura, a esa sí la recuerdo, había tenido la ocasión de cambiar un par de palabras con ella; a Valeria y a Roxana y a una chica que ojos verdes que jamás había visto.Mi padre da un brinco en el sillón que nadie percibe, aparte de mí.
-¿Qué te pasa, Beatriz? -Me pregunta Arthur. Yo me acerco a mi padre y le echo una mirada furiosa, aunque lo más probable es que no la note, ya que las lágrimas deshacen el efecto de mi mirada de hielo. Más bien parece que se está derritiendo.
 -Todo esto es culpa tuya.
-Beatriz, ¿de qué demonios hablas? -pregunta Kate, a quien no había vuelto a oír hablar desde lo del furgón. Su voz me resulta demasiado rara.
-Si no me hubiera ido…
-¿Quién fue? -pregunta “Él” levantándose de la silla, dándole un fuerte puñetazo a la mesa y quedándose a la altura de mis ojos. Él sí que consigue el efecto de la mirada de hielo. Es el único que parece saber qué pasa.
-¡Solo sé su nombre!
-¡Dilo!
-Damon… -Escucho un golpe detrás de mí y cuando me giro veo que Daniel ha caído encima de una silla.
-¿Qué hizo esa persona? -pregunta Arthur.
-Matar a mi madre -digo con un nudo en la garganta. Bajo la mirada ya que las lágrimas me empiezan a caer más deprisa cuando recuerdo algunos de los momentos que pasé a su lado. O, simplemente, que la echo de menos y también a su: “Beatriz por favor, levántate ya de la cama que vas a llegar tarde” o sus: “¡Beatriz ordena tu cuarto ahora mismo!” Sé que puede sonar estúpido extrañar esas cosas, o querer que me vuelvan a suceder siquiera, pero cuando sabes que la persona que más quieres ha muerto y no podrá volver a hacer nada, harías cualquier cosa por pasar al menos cinco minutos más con ella y poder decirle cuánto la quieres y que siempre estará en tu memoria.
-Daniel… -Mi padre suspira.

-No está muerto… -Una lágrima recorre su rostro-. Mi hermano, no está muerto.

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