Capítulo
8.
Beatriz:
Lo tengo entre mis
manos y, por alguna razón, me siento culpable de que esté así. Lo entiendo, no
quería perderme, aunque no entiendo muy bien por qué me iba a perder, si tanto
me quiere, me protegerá, ¿no? Se hace hacia atrás. Yo le quito las lágrimas de
sus largas pestañas y de su cara, él me agarra de las muñecas y cuando me doy cuenta
me está besando. Siento cómo juega con mi boca y yo, aunque suene muy cursi y
para nada mi estilo, me siento en el cielo.
-¿Me perdonas? -pregunta él
cuando deja de besarme. Poso mis manos por detrás de su cuello y acto seguido
le doy un beso. ¿Qué queréis? No lo puedo evitar.
-Sí -contesto con una sonrisa. Seguramente
tendré una cara que da risa, pero es que… Una, dos y tres: ¡¡Estoy loca por él!!
De repente, se separa y suelta
una gran carcajada que hace que me distancie y me plantee si todo lo que acaba
de decir es mentira o no.
-Una, dos y tres: ¡¡Yo también estoy
loco por ti!! -Y entonces me echo a reír yo también, pero en seguida paro. ¿Lo
había dicho en voz alta? Imposible, le estaba mirando embobada.
-¿Por qué has dicho eso?
-Te puedo leer la mente -dice con
una sonrisa.
-¿Y yo también puede leer la
tuya?
-Si te enseño sí.
-Pues enséñame.
-¿Ahora? -Asiento y él suspira-. Cierra
los ojos y concéntrate en entrar en mi mente. Es así de fácil, lo que pasa es que
tienes que moderar el poder que utilizas, porque si usas mucho, veras los recuerdos
de esa persona, y si lo usas muy poco,
no podrás bajar las barreras. Tienes que utilizar lo justo y cada uno es
diferente, así que en eso no te puedo ayudar. Te voy a poner solo una barrera a
ver si la puedes bajar.-Vuelvo a asentir-.Venga, ahora.
Lo intento varias veces hasta que
al final bajo la barrera y veo lo que está pensando, es un mensaje para mí.
“Beatriz, te cuidaré por siempre.”
-¿Sabes? A ti no te pega nada
decir esas cosas, ni ésta ni la de antes.
-A ti tampoco, supongo que es el
milagro del amor.-Me río, porque antes cualquier cosa de estas me hubiera hecho
soltar una carcajada de las grandes.
Suenan dos golpes en la puerta y
me levanto de un salto de la cama. La puerta se abre y me sorprende que ni
siquiera haya esperado a que le diga pase. Miro perpleja a Úrsula que está
parada en la puerta. Pasa la mirada por la habitación y se encuentra con los
ojos de Daniel. Una mueca de dolor cruza su cara y, aunque me cueste un poco
admitirlo, me siento mal por ella, supongo que eso de que llegue alguien nuevo
y te quite a la persona que más quieres, duele.
-El maestro quiere hablar contigo
–dice y se queda parada ahí, sin moverse, sin hacer absolutamente nada, solo
escrutándome con la mirada, como si hubiera hecho algo malo.
-De acuerdo, voy a vestirme –digo,
aunque la verdad es que no tengo ningunas ganas de hablar con “Él”.
-Daniel… -dice ella con tono
suave, pero luego me mira a mí y para-. A ti también quiere verte.-Se gira y se
va. Daniel salta de la cama, abre la puerta y sale de la habitación dejándome a
mí sola.
-Úrsula, para.-Oigo la voz de
Daniel amortiguada por la puerta cerrada.
-Sé lo que me vas a decir, pero
tengo todo el derecho del mundo a contárselo. Es su hija.
-Si lo haces, no te volveré a
dirigir la palabra y puede que acabes muy mal.
-A mí no me amenaces, Daniel.
-¿Qué me vas a hacer si lo sigo
haciendo, eh, chivata?
-No me retes, capullo.-Se calla-,
que yo al menos no voy por ahí tirándome a cualquiera.
-No me he acostado con Beatriz,
Úrsula.
-¿Y entonces qué hacías en su cama?
-La verdad es que eso no te
incumbe.-Dejo de escucharlos; la verdad es que oír tantas estupideces por parte
de Úrsula me saca de quicio. Y además, si le dice que estamos juntos o
cualquier cosa por el estilo, ¿por qué debería importarme? Ese hombre ya tiene
suficiente con no dejarme salir de este lugar. ¿Qué más da si estoy con Daniel
o no? No ha estado para preocuparse de mí en mis quince años de vida, ¿por qué
iba a importarle que fuera feliz con Daniel o no? Cojo mi móvil, al que no le
había prestado atención en ésta semana. Está apagado, cómo no. Lo enciendo y
veo que tengo varias llamadas perdidas de mi madre y otras cuantas de un número
desconocido. Llamo a mi madre y me lo coge después de dos pip.
-Hola, mamá, ¿qué tal te va todo?
¿El trabajo y eso? No tendrás la casa muy desordenada ¿no? Te echo de menos.
-Hola. ¿Tú eres Beatriz Scarlett
McClain? -pregunta una voz extraña. ¿Por qué me resulta familiar?-. ¿No me
recuerdas? -Me paro, su voz es ronca, y siento que no quiero saber la respuesta
a esa pregunta porque sé que me va a dar miedo-. Hagas lo que hagas, corras lo
que corras, nunca escaparás de mí. Ni Daniel ni tu padre te podrán salvar del
destino que te espera.
-¿Quién eres? ¿Por qué tienes el
móvil de mi madre? ¿Cómo entraste en mis sueños?
-Mi nombre es Damon, no tengo
ningún inconveniente en decirte eso. ¿Cómo tengo el móvil de tu madre? Pues,
bueno, creo que en el lugar en el que está ahora no lo va a necesitar a no ser
que, después de la muerte, el móvil se utilice para algo, y a la última
pregunta, creo que no necesitas respuesta, quien tenga un poco de dominio con
la magia puede hacer grandes cosas.-Las lágrimas salen, sé que lo de mi madre
es cierto, por alguna razón lo sé. Puede que sea que la voz de ese tipo no es
la de uno que se ponga a hacer bromas, puede que sea por lo del sueño, o
simplemente porque tiene su móvil. La verdad es que no lo sé. Me entra un poco
de mareo y me siento en la silla.
-¿Por qué has hecho eso…?
-¿Estás llorando? Oh, pobre
niña.-Suspira como si estuviera cansado, aburrido-. No es nada personal, simplemente
quiero destruirte. No es justo que alguien como tú tenga ese poder, es
incomprensible. No te enfades, no llores y mucho menos cojas una de esas
rabietillas de niña pequeña, pero voy a por ti ¿de acuerdo? Nos veremos las
caras pronto -dice y se extiende un silencio absoluto tras el que termina la llamada. Suelto el
móvil encima de la mesa y cuando intento levantarme noto que todo el cuerpo me
tiembla, pero, aun con eso, salgo corriendo de mi habitación, encontrándome a
Daniel y a Úrsula que siguen discutiendo en el pasillo.
-Beatriz, ¡¿qué pasa?! -grita
Daniel, pero yo sigo mi camino. Me paro en la entrada ya que no sé a dónde
dirigirme. En ese momento me doy cuenta de que no sé dónde es su despacho. Oigo
una respiración entrecortada detrás de mí, me giro y veo los ojos verdes más
bonitos del mundo que se difuminan por mis lágrimas-. Beatriz, ¿por qué lloras?
-¿Dónde está… mi padre? -pregunto
como puedo, ya que con las lágrimas me resulta un poco difícil.
-Ahí.-señala Úrsula, que acaba de
llegar, a la puerta que está detrás de mí. Me encamino hacia ella, pongo la
mano en el pomo de la puerta y sin tocar, entro en la estancia, veo a mi padre,
a Arthur, a Kate, a Miriam (creo que se llama, o al menos algo así había dicho
Luna), a la chica con la que siempre solía andar Kate, y que en este momento me
doy cuenta de que es la misma que me había llevado a la habitación de Arthur la
noche que había llorado. Se llama Laura, a esa sí la recuerdo, había tenido la
ocasión de cambiar un par de palabras con ella; a Valeria y a Roxana y a una
chica que ojos verdes que jamás había visto.Mi padre da un brinco en el sillón
que nadie percibe, aparte de mí.
-¿Qué te pasa, Beatriz? -Me
pregunta Arthur. Yo me acerco a mi padre y le echo una mirada furiosa, aunque
lo más probable es que no la note, ya que las lágrimas deshacen el efecto de mi
mirada de hielo. Más bien parece que se está derritiendo.
-Todo esto es culpa tuya.
-Beatriz, ¿de qué demonios
hablas? -pregunta Kate, a quien no había vuelto a oír hablar desde lo del
furgón. Su voz me resulta demasiado rara.
-Si no me hubiera ido…
-¿Quién fue? -pregunta “Él”
levantándose de la silla, dándole un fuerte puñetazo a la mesa y quedándose a
la altura de mis ojos. Él sí que consigue el efecto de la mirada de hielo. Es
el único que parece saber qué pasa.
-¡Solo sé su nombre!
-¡Dilo!
-Damon… -Escucho un golpe detrás
de mí y cuando me giro veo que Daniel ha caído encima de una silla.
-¿Qué hizo esa persona? -pregunta
Arthur.
-Matar a mi madre -digo
con un nudo en la garganta. Bajo la mirada ya que las lágrimas me empiezan a
caer más deprisa cuando recuerdo algunos de los momentos que pasé a su lado. O,
simplemente, que la echo de menos y también a su: “Beatriz por favor, levántate
ya de la cama que vas a llegar tarde” o sus: “¡Beatriz ordena tu cuarto ahora
mismo!” Sé que puede sonar estúpido extrañar esas cosas, o querer que me vuelvan
a suceder siquiera, pero cuando sabes que la persona que más quieres ha muerto
y no podrá volver a hacer nada, harías cualquier cosa por pasar al menos cinco
minutos más con ella y poder decirle cuánto la quieres y que siempre estará en
tu memoria.
-Daniel… -Mi padre suspira.
-No está muerto… -Una lágrima
recorre su rostro-. Mi hermano, no está muerto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario