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miércoles, 13 de noviembre de 2013

Sin corazón: El comienzo. Capítulo 9.

Capítulo 9.

Daniel:

Levanto la cabeza, la miro, veo las lágrimas en sus ojos y me duele. Me duele saber que por culpa de Damon ella está así. Me siento culpable de su dolor, ella no se lo merece. Sin apenas darme cuenta y sin pensarlo, me pongo en pie y la abrazo. Sé cómo se siente, yo lo sentí una vez hace mucho tiempo, y aunque fue hace mucho, el sentimiento de dolor por perder a alguien tan querido como tus padres, jamás se olvida y siempre te persigue como un fantasma hasta el fin de tus días. Y aunque a mí nadie me abrazó, ni me consoló, yo lo intento hacer con ella, ya que a mí me hubiera gustado que lo hicieran.
-Lo siento -suelto otra lágrima. Me contengo para no llorar porque es ella quien ha perdido a su madre en este momento, no yo.
-¿Esa persona es tu hermano?-pregunta sacando la cabeza que tenía escondida en mi pecho. No hace falta que conteste porque mi cara le da la respuesta que ella necesita-.Yo también lo siento.-Trago saliva y asiento.
-Beatriz.-La llama “El maestro”. Ella se aleja y lo mira, intenta ser dura con él, pero en ese momento no puede y yo contengo una risa porque parece una niña pequeña-. Vete con Miriam.
-¿Por qué?
-Tú simplemente hazlo.-Intenta replicar, pero el padre la empuja fuera de la estancia y Miriam sale con ella. Cuando ya no se oye la voz de Beatriz quejándose detrás de la puerta “Él” empieza a hablar-. Siéntate.
-No, estoy bien de pie -digo mirándolo a la cara y secándome la mejilla del agua que habían dejado las dos gotas saladas de antes.
-Cuando te diga esto prefiero que estés sentado, no sé cómo vas a responder a lo que te tengo que decir.-Me atengo a lo peor, ya que si él dice eso es que algo malo, muy malo, ha pasado. Me siento en la silla que está en frente de su escritorio y observo a mis compañeros que están apoyados en las paredes mirándome con una expresión que se describe como confusa y preocupada-. Han pasado las primeras barreras, solo es un aviso de lo que pueden hacer, pero han mandado un mensaje. Quieren que vayamos… -Se para y sé lo que viene ahora, ya que su cara se ha ablandado y eso solo lo suele hacer cuando está a solas conmigo. Me considera su hijo y tiene miedo de cómo me afecte-. Si quieres te puedes quedar aquí.
-¿Vienen a por ella?
-Sabes la respuesta a esa pregunta.
- Entonces tú, sabes la respuesta a la mía.
-Pero…
-Maestro, es mi deber y además quiero hablar con él.
-De acuerdo, si es lo que quieres, vamos.-Se levantan y todos lo siguen; yo me quedo un poco apartado, pensando.
Salimos de la academia y nos adentramos en el bosque; si solo han traspasado un par de barreras, tendremos que caminar bastante. Si no, nos los encontraremos pronto. Tengo cuidado con las ramas que van haciéndome daño en las palmas de las manos cuando las aparto. Miro hacia el cielo, está despejado, un buen día para encontrarte con el único familiar que te queda. Alguien que pensabas que prefería morir antes de aliarse con el horrible monstruo que mató a nuestros padres, alguien que pensaste que había muerto.
 Los primeros meses después de su desaparición y la muerte de mis padres, me parecieron una pesadilla, una de las que, aunque lo intentes con todas tus fuerzas, no consigues salir, todo  lo que haces resulta en vano. Lo extrañé, lloré e incluso deseé morir por alguien que no valía la pena, alguien a quien le gusta matar y alguien que no tiene el menor remordimiento de haberse ido y no haber dicho jamás que estaba vivo, que aunque ya no era el mismo, estaba bien. Llego al descampado, ya que los demás se han adelantado. La verdad es que no quería llegar ahí, pero es lo que he decidido. Veo que en la otra punta, no muy lejos, una fila de gente gótica y estrafalaria me mira. Me coloco en mi fila, junto a “Él” y contengo el aliento al ver que en la misma posición que yo, pero al otro lado, justo en frente de mí, está mi hermano. Es difícil no reconocerlo. Su pelo rubio está alborotado, sus ojos están entrecerrados, pero reconozco el color verde que veo todos los días al mirarme al espejo; su nariz es la de mi padre, larga y ligeramente puntiaguda, pero perfecta en cualquier caso; sus labios, iguales que los míos, están curvados en una sonrisa juguetona. Está claro que es más alto que yo y que, por supuesto, su condición física es mejor que la mía. Su piel es blanca.
-Pensé que no vendríais -dice Draco con su voz grave y sobrenatural-. Al fin y al cabo los cobardes no se suelen presentar antes las batallas.-Su gente suelta una carcajada y mi corazón se encoge al escuchar la de Damon.
-Si fuéramos unos cobardes no estaríamos aquí, Draco.
-Bueno… eso es lo que piensas tú.-Hay un momento de silencio en el que la mirada de mi hermano y la mía se cruzan, haciendo que la aparte rápidamente.
-¿Qué haces aquí?
-Lo sabes, quiero destruirte, a ti y a tu niñita.
-Para destruirme tendrás que ganarme y la última vez que lo intentaste no te fue muy bien.
-No estaba preparado.
-¿Y ahora lo estás?
-Tengo más aliados a mi disposición, como ves, y más fuerza también.
-Lo primero es cierto, pero lo segundo lo tendría que comprobar.-Draco suelta una carcajada.
-Supongo que ya tendrás ocasión, solo vengo a decirte que tengas cuidado.
-No te tengo miedo Draco, ya lo sabes, más bien deberías de tenérmelo tú a mí.
-Yo no lo creo… -susurra una chica que identifico como Lya. La hija de uno de los traidores. La miro y veo cómo sus ojos grandes y marrones son iguales que los de su madre; su pelo castaño es largo y lo lleva recogido en una coleta alta; tiene una nariz pequeña y unos labios  gruesos. Es alta y delgada con una piel blanca, es guapa.
-Eso es porque no lo conoces, igual que tampoco conoces el sentido de la moda, traidora -dice Úrsula mirándola de arriba a abajo. Lya no le da importancia a su comentario, ni siquiera mira su camiseta negra, ni su chaleco beis, ni sus guantes de redecilla, ni sus vaqueros negros cortos, ni mucho menos, las  botas altas beis.
-Úrsula.-Le advierte “Él”.
-Parece que tienes que controlar a tus ¿cómo los llamas? ¿Estudiantes? -Draco sonríe.
-A mí nadie me tiene que controlar -suelta Úrsula.
-Úrsula, cállate.-Esta vez le advierto yo.
-Hazle caso al chico, no me gustaría acabar esta visita mal…
-Draco, es hora de que te vayas.
-¿Tú crees? Me gustaría divertirme un poco con ella.
-¡He dicho que te vayas!
-No quiero. ¿Vas a obligarme? -Draco se pone recto y “Él” da un paso al frente. Yo me preparo, ya que puede que, en este momento empecemos una nueva batalla. Los jefes de ambos grupos se acercan hasta que solo los separan tres metros. Cada uno levanta una mano, preparándose para el combate y… pasa algo que ninguno de nosotros se hubiera esperado. Beatriz sale corriendo de entre los arbustos con Miriam pisándole los talones. A Beatriz le falta el aliento y se detiene a cogerlo en medio de los dos contendientes. Beatriz apoya las manos en las rodillas y mira a Draco a los ojos. No tiene miedo, y si lo tiene no lo demuestra; luego, aparta la vista lentamente y mira a las personas que están detrás de éste. Draco dirige su mirada a ella aunque no la vea, sabe quién es, pero por alguna razón parece sorprendido; luego sonríe y esa acción me da a entender que va a intentar hacerle algo, así que salgo como una bala, agarrándola cuidadosamente del brazo y llevándola detrás de mí. Con paso vacilante retrocedo hasta llegar a mi antigua posición. Y la miro a los ojos, ya no llora, pero al ver que sus ojos están hinchados, sé que lo estuvo haciendo incluso después de que su padre la echara de su despacho. Aparto la vista y por alguna razón la acabo posando en mi hermano, y es entonces cuando veo que mira a Beatriz con una sonrisa.
-Lo siento, de verdad, pero me dijo que iba al baño…-dice Miriam disculpándose y colocándose en la fila. “Él” le echa una mirada de reproche a su hija.
-¡Beatriz, tendrías que haberte quedado en la academia!
-¡No es justo que me hayas dejado allí sin decirme nada, ¿sabes? Una de estas personas ha matado a mi madre, y si a ti no te importaba ella, a mí sí que me importaba ¡Era mi madre! -A Beatriz se le salen unas lágrimas, pero eso no le impide ponerse delante de Draco y a uno de los costados del padre-. Quiero vengar su muerte… Fue la única persona que estuvo conmigo, fue la única persona que me quiso de verdad…-Suena una fuerte carcajada y todas las miradas van a parar a Draco, pero no ha sido él quien se ha reído.
-Eres una niña muy estúpida, ¿lo sabías? Los padres no sirven para nada.-Beatriz lo mira y lo reconoce al instante, se gira y me mira, como intentando asegurarse de que lo que ve es cierto.
-¡Y tú eres un capullo! -contesta haciendo que yo suelte una carcajada. Es la única  persona que conozco que es capaz de decir eso y encogerse de hombros cuando tiene al asesino de su madre-hermano no muerto de su novio, delante-. ¿Sabes? No entiendo por qué has tenido que matar a mi madre, ella no te había hecho nada.
-No, pero todo lo que hago tiene por finalidad hacerte daño o matarte, y si la mataba, seguro que te enfadaba.
-Pues lo has conseguido -dice echándose a correr hacia mi hermano. Todos los del lado contrario sueltan una carcajada cuando “Él” la agarra y no la deja acercase a Damon. Beatriz se cabrea y por arte de magia (y nunca mejor dicho) Damon sale disparado contra un árbol. Beatriz levanta parte de una rama puntiaguda con la mente y la sostiene en el aire, justo delante de mi hermano. Ni Draco, ni “Él” intentan hacer nada porque están demasiado conmocionados. La rama retrocede preparada para ser clavada en alguna parte del cuerpo de Damon.
-¡Beatriz! ¡No! -Ella me mira, volviendo a parar la rama que había cogido carrerilla. Mis ojos están abiertos y algo asustados; ve cómo mi pecho se agita, eso le basta para bajar a mi hermano y dejar la rama en el piso. Beatriz se suelta de los brazos de su padre y se gira echándose a correr.
-Deberíamos irnos -dice Draco mirando a Damon. Todos se dan la vuelta y se van; lo mismo hacen mis compañeros, dejándome a mí y a mi hermano solos en el descampado. Damon está sentado en el mismo sitio donde lo dejó caer Beatriz. Se levanta despacio y aunque todavía está en estado de shock por lo que ha pasado, me mira y sonríe.

-¿Qué tal, hermanito?

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